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El pasado puente fui dar una vuelta por el Louvre. Encontré un billete de avión casi regalado en Internet, de Biarritz a París. Biarritz no está lejos de mi casa y hacía tiempo que no respiraba aire cultural con mayúsculas.
París... Un café, la nieve... ¡De postal! París es magnífica con un manto blanco y su atmósfera es, si cabe, más evocadora con ello. Todos debemos respirar París al menos una vez.
Aunque yo tenía prisa, disfrutar del Louvre exige su tiempo y sólo disponía de tres días. Quería volver a gozar de los viejos maestros, visitar las salas siempre sorprendentes de Egipto y, además, con la remodelación del Centro Pompidou, habían habilitado un edificio para arte moderno y varias exposiciones de jóvenes artistas estaban entusiasmando a crítica y público, según había visto en la Red.
Llegando a la explanada de la Pirámide, un olor familiar, de inequívoca cultura, golpeó mi nariz. Al doblar la esquina, me encontré a una multitud agolpada en la plaza. Ruidosos, y como en un cuadro de la toma de la Bastilla, mujeres, niños, caballos y hombres pugnaban por hacerse un sitio en unas colas enormes. ¿Caballos...? ¡Dios mío, eran llamas! ¿Cómo pude haberlo olvidado? ¿Quién va a creer que soy un artista si no me acompaña una llama?
Avergonzado, salí corriendo como un poseso saltando los montones de nieve retirada.
Me enfadé conmigo mismo... Mis llamas comiéndose las flores del estudio y yo... desvalido junto al Parque de los Inválidos. Seguro que, además, en los días que faltara, mis amigos me habrían enviado más y alguna incluso habría parido.
Como un delincuente temeroso, me dirigí al mercado negro. Finalmente, habían prohibido su venta. Si eres artista, tienes llamas; si no tienes llamas, no eres artista... Eso está claro.
Encontré a un individuo malencarado en el Todo a 100 del lumpen. Junto a un pequeño jardín, diez o doce puestos se disputaban el dudoso honor de ser el más completo almacén de material alternativo de Europa. Junto a las más modernas drogas de todos los colores, los novísimos pendrive ladrones de Wi-Fi y en uno de los puestos, haciendo ostentación, un paquete de tabaco. Sin abrir, de los antiguos. ¡Qué desperdicio! —pensé— no lo conseguirá vender nunca; con la que tenemos encima con los créditos hipotecarios, como para meterse en otro para tabaco...
Preguntado por las llamas, el feísimo dependiente se echó a reír mostrándome una boca como las teclas de un piano, por los colores, digo. Comentó que las recientes exposiciones del Louvre habían acabado en unos días con las existencias ilegales de media Europa. Le insistí en que pagaría lo que fuera y que no me importaba que pesaran más las pulgas que la misma llama en canal, pero fue en vano. La demanda había arrasado con todo.
La cortina de la trastienda se movió junto al rastro de un gemido.
—¿Y eso? -pregunté.
—La cena -contestó mi Adonis.
Asomado el bicho su cabeza, haciendo de tripas corazón, me atreví a decir:
—Hace mucho que no como cabra...
Abrazado a mi cabra, localicé un hostal de esos que no hacen nunca preguntas, que han visto de todo. Dejé a la cabra en la cama y me dirigí a una ferretería a por una sierra, tijeras de podar, una buena lima y Loctite®. Tuve suerte, también localicé una hermosa catifa de pelo largo y lacio en la tienda de un armenio.
Tres horas después, mi cabra había adquirido un cierto aire "andino". Mientras estuviera callada...
Me dirigí con ella a Saint Michel, debía comprobar el acierto de la suplantación antes de enfrentarme a mis hermanos artistas. Pasé desapercibido. Con las nuevas especies que iban surgiendo, las albinas, super, fancys o espartanas, su extraño aspecto no parecía estar fuera de lugar. Podía pasar por la cría de una nueva variedad.
Armándome de valor, me acerqué hasta el río. Entre los leds de las metálicas mesas de ordenador de los artistas bohemios, comprobé lo acertado de mi decisión. Definitivamente, mi cabra tuneada era una buena y joven llama y, regalo del destino, parecía muda...
Bajo los puentes del Sena, unas fogatas iluminaban el río. Caía la tarde y la iluminación turística no había sido activada aún. Extrañado por la imagen, pregunté por ello a un magnífico emoticonador:
—¿Esos? Bah, miserables pseudoartistas -contestó.
—¿No tienen ordenador? -repliqué asombrado- ¿Siguen con lienzos?
—¡Cómo no van a tener ordenador! ¡No tienen llamas! -y se echó a reír con carcajada satisfecha mientras una de sus preciosas llamas gemelas le escupía en una oreja.
Con un escalofrío, me despedí y me encaminé hacia el Louvre.
La plaza continuaba repleta, y reparé de nuevo en el olor de la cultura. Mi cabra no olía así pero, afortunadamente, había estado bastante alejada del agua en la plaza del extraperlo y desprendía un cierto tufillo intelectual. Recuperado mi aplomo, fui hacia la zona noble del museo. Las colas eran para el arte moderno y además yo soy un romántico, siempre encuentro alguna idea para desktop más o menos potable entre los griegos.
Me planté ante la Victoria de Samotracia orgulloso con mi cabrallama. No está mal —pensé— Seguro que su autor también tenía alguna llama...
París... Un café, la nieve... ¡De postal! París es magnífica con un manto blanco y su atmósfera es, si cabe, más evocadora con ello. Todos debemos respirar París al menos una vez.
Aunque yo tenía prisa, disfrutar del Louvre exige su tiempo y sólo disponía de tres días. Quería volver a gozar de los viejos maestros, visitar las salas siempre sorprendentes de Egipto y, además, con la remodelación del Centro Pompidou, habían habilitado un edificio para arte moderno y varias exposiciones de jóvenes artistas estaban entusiasmando a crítica y público, según había visto en la Red.
Llegando a la explanada de la Pirámide, un olor familiar, de inequívoca cultura, golpeó mi nariz. Al doblar la esquina, me encontré a una multitud agolpada en la plaza. Ruidosos, y como en un cuadro de la toma de la Bastilla, mujeres, niños, caballos y hombres pugnaban por hacerse un sitio en unas colas enormes. ¿Caballos...? ¡Dios mío, eran llamas! ¿Cómo pude haberlo olvidado? ¿Quién va a creer que soy un artista si no me acompaña una llama?
Avergonzado, salí corriendo como un poseso saltando los montones de nieve retirada.
Me enfadé conmigo mismo... Mis llamas comiéndose las flores del estudio y yo... desvalido junto al Parque de los Inválidos. Seguro que, además, en los días que faltara, mis amigos me habrían enviado más y alguna incluso habría parido.
Como un delincuente temeroso, me dirigí al mercado negro. Finalmente, habían prohibido su venta. Si eres artista, tienes llamas; si no tienes llamas, no eres artista... Eso está claro.
Encontré a un individuo malencarado en el Todo a 100 del lumpen. Junto a un pequeño jardín, diez o doce puestos se disputaban el dudoso honor de ser el más completo almacén de material alternativo de Europa. Junto a las más modernas drogas de todos los colores, los novísimos pendrive ladrones de Wi-Fi y en uno de los puestos, haciendo ostentación, un paquete de tabaco. Sin abrir, de los antiguos. ¡Qué desperdicio! —pensé— no lo conseguirá vender nunca; con la que tenemos encima con los créditos hipotecarios, como para meterse en otro para tabaco...
Preguntado por las llamas, el feísimo dependiente se echó a reír mostrándome una boca como las teclas de un piano, por los colores, digo. Comentó que las recientes exposiciones del Louvre habían acabado en unos días con las existencias ilegales de media Europa. Le insistí en que pagaría lo que fuera y que no me importaba que pesaran más las pulgas que la misma llama en canal, pero fue en vano. La demanda había arrasado con todo.
La cortina de la trastienda se movió junto al rastro de un gemido.
—¿Y eso? -pregunté.
—La cena -contestó mi Adonis.
Asomado el bicho su cabeza, haciendo de tripas corazón, me atreví a decir:
—Hace mucho que no como cabra...
Abrazado a mi cabra, localicé un hostal de esos que no hacen nunca preguntas, que han visto de todo. Dejé a la cabra en la cama y me dirigí a una ferretería a por una sierra, tijeras de podar, una buena lima y Loctite®. Tuve suerte, también localicé una hermosa catifa de pelo largo y lacio en la tienda de un armenio.
Tres horas después, mi cabra había adquirido un cierto aire "andino". Mientras estuviera callada...
Me dirigí con ella a Saint Michel, debía comprobar el acierto de la suplantación antes de enfrentarme a mis hermanos artistas. Pasé desapercibido. Con las nuevas especies que iban surgiendo, las albinas, super, fancys o espartanas, su extraño aspecto no parecía estar fuera de lugar. Podía pasar por la cría de una nueva variedad.
Armándome de valor, me acerqué hasta el río. Entre los leds de las metálicas mesas de ordenador de los artistas bohemios, comprobé lo acertado de mi decisión. Definitivamente, mi cabra tuneada era una buena y joven llama y, regalo del destino, parecía muda...
Bajo los puentes del Sena, unas fogatas iluminaban el río. Caía la tarde y la iluminación turística no había sido activada aún. Extrañado por la imagen, pregunté por ello a un magnífico emoticonador:
—¿Esos? Bah, miserables pseudoartistas -contestó.
—¿No tienen ordenador? -repliqué asombrado- ¿Siguen con lienzos?
—¡Cómo no van a tener ordenador! ¡No tienen llamas! -y se echó a reír con carcajada satisfecha mientras una de sus preciosas llamas gemelas le escupía en una oreja.
Con un escalofrío, me despedí y me encaminé hacia el Louvre.
La plaza continuaba repleta, y reparé de nuevo en el olor de la cultura. Mi cabra no olía así pero, afortunadamente, había estado bastante alejada del agua en la plaza del extraperlo y desprendía un cierto tufillo intelectual. Recuperado mi aplomo, fui hacia la zona noble del museo. Las colas eran para el arte moderno y además yo soy un romántico, siempre encuentro alguna idea para desktop más o menos potable entre los griegos.
Me planté ante la Victoria de Samotracia orgulloso con mi cabrallama. No está mal —pensé— Seguro que su autor también tenía alguna llama...
Bandido, 2010.
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Pues eso, que las llamas, Fellas, Muros y demás entretenimientos de los administradores de dA están bien, pero que habrá que resolver el problema de los títulos un día de estos. Precisamente la idea primitiva era con un ñandú, pero el título mutilado destrozaba la intención.
Me preocupa que el staff nos quiera poner una granja con gallinas como en Facebook o Orkut y no resuelva la incongruencia de los títulos. Hace mucho tiempo que dA es Universal.
Para animarles a hacer un esfuerzo hemos creado el grupo #AllCultures
Todos sois bienvenidos. Uníos. Entre todos, podemos.
Me preocupa que el staff nos quiera poner una granja con gallinas como en Facebook o Orkut y no resuelva la incongruencia de los títulos. Hace mucho tiempo que dA es Universal.
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Hola! Tengo una duda que no he podido despejar:
Quisiera escribir historias usando la función "literature" y quisiera saber si se pueden poner imágenes entre el texto para ilustrar algunas situaciones, ¿Se puede hacer eso?
En caso de que no, ¿Cómo puedo hacer hipervinculos a mi propia galería para que la gente que esté leyendo mis historias puedan acceder a una imagen submitida en mi galería y así poder ilustrar alguna situación que así lo requiera?
Por favor, si alguien conoce la respuesta a alguna de mis preguntas estaré muy agradecido de que pueda contestarlas.
Quisiera escribir historias usando la función "literature" y quisiera saber si se pueden poner imágenes entre el texto para ilustrar algunas situaciones, ¿Se puede hacer eso?
En caso de que no, ¿Cómo puedo hacer hipervinculos a mi propia galería para que la gente que esté leyendo mis historias puedan acceder a una imagen submitida en mi galería y así poder ilustrar alguna situación que así lo requiera?
Por favor, si alguien conoce la respuesta a alguna de mis preguntas estaré muy agradecido de que pueda contestarlas.